
Direcciones para la vida – Pigmalión
¿Cuál será una buena edad para preguntarte por la dirección de tu vida?
Como ya hemos platicado en otros artículos, una gran parte de la población no enfrenta esta pregunta sino hasta que la crisis ya está casa, o en la cabeza, instalada en “todos los días” y señalando acusatoriamente que gran parte de lo que hacemos está sostenido sobre la inercia, sin reportar ningún sentido o satisfacción. Y que por alguna razón que siempre desconocemos parece que sale más caro salirse de la inercia que buscar una solución.

Cuando eres muy chico (niño y adolescente) la pregunta podría no parecer ni pertinente, “eres -precisamente- muy chico” para preocuparte por algo así”, así que simplemente dan por hecho tus inquietudes y no te enseñan a tratar el tema.
(Ojo aquí para los que ya son padres y que les encanta adivinar que sí y que no les preocupa a sus hijos, en lugar de preguntar y observar)
Cuando ya estás más grandecito y ya te salió algo pelo en la cara, como nunca aprendiste a tratar el tema simplemente no puedes responder a la pregunta de manera adecuada, a veces no puedes ni relacionarse con ella sin desarrollar grandes niveles de ansiedad y de estrés, y mejor la evitas.
Te escapas a fantasías de “cómo sería tu vida” que te arrancan de la realidad porque no aprendiste a darle significado ni valor a esa realidad de “todos tus días”.

Y como toda la mugre que aventamos bajo la alfombra, un día el problema crece tanto que revienta, y entonces ya no te deja ignorarla.
La frustración, la incertidumbre, el sinsentido y la falta de un propósito pasan a cobrar factura, y hay veces que los intereses del tiempo que dejamos pasar, parecen impagables.
El problema es, que en general, la propia inercia de la vida nos va llevando en cada una de sus etapas, a ti y a mí, y nos involucra en cada una de sus actividades como si estas ya tuvieran el sentido y las verdades pegadas, y al menos hoy ya no parece que sea así, algo se rompió.
La crisis social de nuestros valores es importante porque esos valores eran los que conducían significado a lo que hacíamos y asideros para la formación de nuestras identidades.
Hoy, vamos más o menos a la deriva, agarrándonos de lo que podemos y mucho de eso, de lo que nos queremos sostener, lleva el sello de nuestra actual dinámica mercantil, cada vez más voraz: una caducidad programada.

Las instituciones de la sociedad
Vamos a profundizar un poco en un concepto que aún no hemos esclarecido. El concepto de institución.
La forma en que podemos entender este concepto fue desarrollada por un filósofo, sociólogo, economista, escritor, político, psicólogo y psicoanalista greco-francés llamado Cornelius Castoriadis, que vivió entre 1922 y 1997.

A grandes rasgos, muy grandes rasgos, una institución es un conjunto de valores y de significados o mejor dicho significaciones, creados, sostenidos, reproducidos y también cuestionados y re-creados socialmente. A través de sus prácticas, costumbres y discursos.
Cada sociedad es una institución, con su propia especificidad, características únicas que la identifican y le dan ser. Cada sociedad, como institución, también crea otras instituciones, que la sostienen y contribuyen a que se siga reproduciendo, algunas de estas instituciones “segundas” que además son comunes en casi todas las sociedades son la educación, la política, la economía, la religión, la familia.
Estas instituciones están, por decirlo de alguna manera, atadas al tiempo, no son eternas, devienen y en ese devenir se reproducen y también cambian, se transforman, mueren sus antiguas formas para dar paso a otras.
Y eso es básicamente lo que estamos viviendo.

La especificidad de estas instituciones nos moldea, da los contenidos de nuestra identidad en cuanto a muchos de los “¿por qué?” que enfrentamos en nuestra vida
- ¿Por qué la vida?
- ¿Por qué estudiar?
- ¿Por qué una pareja?
- ¿Por qué una familia?.
Para ir más profundo todavía, la satisfacción de nuestras necesidades, desde las más básicas hasta las más complejas e incluso espirituales, sólo pueden satisfacerse en interacción con la sociedad de la que somos parte.
En esta interacción, nuestras necesidades y nuestro deseo debe traducirse primero al lenguaje –portador principal y el más importante de las significaciones que dan forma a la sociedad y sus instituciones – ahí se delimitan y toman una forma posible, como una pieza de rompecabezas con la que salimos al encuentro de su contraparte en la experiencia social.
En las significaciones que las forman y sostienen, las instituciones hablan de un origen, un pasado, mítico o real, y apuntan siempre hacia algún futuro, hay un proyecto que las justifica y moviliza – independientemente de su apego a la realidad, en cuanto a cosa factible y realizable – aunque desde ya, algo que suele caracterizar cada proyecto social es su fracaso, así tenemos, por ejemplo, el fracaso del ideal capitalista en cuanto a proyecto de libertad, justicia, equidad e igualdad de oportunidades.
Estas significaciones se conducen a través de los discursos y las prácticas que se nos enseñan a lo largo de nuestra vida. Y este es el punto principal de este artículo.
Porque cada institución, cada sociedad, contiene – entre otras – estas tres características
- La necesidad de conservarse, de reproducirse en sus formas y contenidos en cada generación
- La resistencia al cambio
- El cambio inevitable… e irónicamente
Ya sea porque en cada enseñanza de una generación a otra algo no se transmite en su totalidad, porque se resta o porque se le agrega, ya sea porque se dan los actos de consciencia que cuestionan y buscan la transformación, pero el cambio es inevitable, se cuestionan las instituciones, y estas se tambalean, se transformar y a veces se derrumban.
Sin embargo el cambio a veces es lento, gradual, y también hay mucha resistencia, de las antiguas generaciones y de los aparatos específicos de cada institución. Como tip, si quieres saber si eres parte del cambio o te está dejando atrás, trata de identificar las veces que ya piensas “en mis tiempos…”

Hay veces que, aún cuando las significaciones, es decir, el valor que sostenía y justificaba una institución y sus prácticas (o parte de ellas) ya no es operativo, ya no es compartido por gran parte de la población y ya tampoco responde de manera adecuada a la realidad, sus aparatos, sus prácticas, están tan fijas y tan fuertemente instaladas en la sociedad y junto a otras instituciones aún en operación, que se siguen ejecutando.
Se mantiene una práctica para cuya justificación se repite un discurso que ya no es suficiente.
Un discurso con “forma” pero cuyo contenido a veces no pueden sostener ni quienes lo pronuncian, aquí ya estamos hablando de un proceso que se llama institucionalización. Una forma sin contenido o cuyo contenido ya no corresponde a la forma.
Algo así como las islas de identidad de Riley en la película Intensamente.

Un sentido débil y tambaleante.
Y aquí es donde la cosa se pone rara. Porque todos, y si no todos, al menos un 90% de nosotros, sostenemos y reproducimos prácticas cuya forma es bien conocida, pero que su sentido o ya ni nos toca o simplemente se nos escapa de las manos.
Y no sólo eso, también obligamos a otros a hacer lo mismo.
Unos se casaron porque después de 5 u 8 años de novios era lo que se tenía que hacer, otros tuvieron hijos porque era lo que una pareja tenía que hacer, algunos están en un buen trabajo que les exprime la vida porque hay que ganar mucho dinero, porque la buena vida tiene que ser cara, a otros, los mandamos a la preparatoria porque es lo que se hace a su edad, para que puedan ir a la universidad y tener un buen trabajo y después casarse y después tener hijos “and so on…”.
Y vamos a detenernos en este último, la educación media superior, el último tramo de la educación obligatoria.
Desde hace tiempo y cada vez más, una gran parte de la población que cursó o que actualmente está cursando este nivel, encuentra dificultades para significar y valorar positivamente el esfuerzo, el tiempo y los recursos que se dedican a esta etapa de la vida.
Las reflexiones que giran en torno a este trayecto suelen caracterizarlo como un mero requisito para entrar a la universidad, o para salir al mundo laboral. El valor de esta etapa no se está visualizando en sí misma sino únicamente como un paso que se tiene que dar.
El problema está en que se trata de una transición de tres años, si todo sale bien. Y esto está comenzando a impacientar a muchos jóvenes.
Y eso no para ahí, esta perspectiva está empezando a alcanzar a la educación superior.
En una sociedad que ha puesto como objetivo principal la producción económica, incluso la educación universitaria empieza a perder sentido en cuanto medio útil para alcanzar ese fin, eso ya sin mencionar la apatía que se ha generado al aprendizaje de otros saberes que no lleven a la producción económica.
Saberes que incluyen aspectos éticos, filosóficos y morales para el comportamiento social, el respeto a ciertos límites de conducta que incluyan no abusar de las debilidades ni necesidades de los demás o que ayuden incluso a significar la vida más allá de lo que se produce económicamente.
Un escenario para reflexionar
En los últimos años la vida se ha transformado de maneras increíbles. Y por todos lados se han mostrado personas, jóvenes y adultos, que sin haber cursado una carrera o siquiera la preparatoria, han alcanzado un éxito de fama y fortuna. YouTubers, influencers y otros personajes del mundo digital, por decir algunos.

El éxito de unos cuantos, ciertos discursos sociales que alientan la meritocracia sin tener en cuenta las condiciones sociales en las que se está inserto, y la distancia que parece existir entre la educación formal y la realidad – más observable en la formación universitaria – han generado la impresión de que no hace falta estudiar para alcanzar el éxito ni el dinero, e incluso se empiezan a percibir como una pérdida de tiempo, esfuerzo y recursos.
Esto no siempre lleva al abandono de la educación, ya sea por una gran labor de convencimiento de las mismas instituciones educativas o porque los padres simplemente no lo permiten, pero suele desencadenar que estas etapas, que pueden ser vividas como una gran oportunidad de aprendizaje, de convivencia y desarrollo personal, se terminen experimentando con frustración, sin aprender nada y sin que aporte a la construcción de un proyecto de vida, se cursan porque es lo que se tiene que hacer.
Es una ilusión poco realista que cualquiera que se meta con “una buena idea” a internet alcanzará el éxito, la fama y el dinero, sin embargo el mismo argumento puede ser contrapuesto al mandato de estudiar la preparatoria y una carrera, pues es una realidad que no todos los que terminan una carrera alcanzan el éxito, como sea que se esté imaginando el éxito.
Todo esto de lo que hemos hablado hasta ahorita es sólo uno de muchos escenarios que atraviesan tanto a jóvenes como a adultos en lo que se refiere a la construcción de un plan de vida.
Y hoy, no voy a hablarte de las razones que den crédito a la educación media superior ya hablaremos de eso en otra ocasión, es necesario.
Mi intención para hoy es que te preguntes, si eres jóven y estás en la prepa y de todos modos te ves forzado a hacerlo ¿Qué propósito puedes encontrarle para tí?
No se trata sólo de decir “no, no tiene sentido”, porque esto te va a servir, no sólo me refiero a la prepa sino a aprender a cuestionarte lo que estás haciendo y aprender a buscar y construir un significado, a construir desde cualquier punto de tu vida en el que estés y que aprendas a generarte un propósito, uno que sea realmente tuyo.
No tienes que venir con respuestas super formales como “ah, esto me va a ayudar a mi futuro porque después la universidad” o “la educación es algo fundamental para el desarrollo humano” que bueno, si de verdad estas respuestas tienen sentido para ti, te felicito, estás del otro lado, pero si sólo estás repitiendo lo que dicen los adultos a tu alrededor, pues eso, solo estás aprendiendo a repetir y a la larga eso no te va a ser suficiente.
Las respuestas pueden ser tan auténticas y sencillas como “aquí están mis amigos”, “mi novia”, “me gusta convivir con mis compañeros”, “es una buena oportunidad para no estar en casa” – Y sí, con todo lo que hemos platicado a lo largo de los podcast ya no es muy válido hacerse los sorprendidos con este tipo de respuestas que son muy reales.

Ahora, como adulto, e incluso más si te está costando trabajo mantener a tus hijos, sobrinos o alumnos en la escuela, la invitación es a que te preguntes primero ¿Qué tanto te crees las respuestas que les das a los jóvenes cuando te cuestionan por qué tienen que ir a la escuela? Porque si tu no te las crees, podrás decirles lo que sea, pero tarde o temprano todos tus demás actos van a dejar en claro que para ti tampoco tiene sentido.
Y la segunda ¿Qué tanto tu realidad interna se ha alejado de la realidad exterior, física y social? ¿Tienes alguna idea de cómo está cambiando el mundo? ¿Eres parte de ese mundo, sí, no, por qué?
Porque en la medida que puedas responder a esto, podrás ofrecerle un verdadero apoyo a quien está bajo tu responsabilidad para que construya su vida y un propósito para ella.
Más allá de aferrarnos a defender una etapa que muchos ya cruzamos sólo por el hecho de que tuvimos que hacerlo, es momento de cuestionarnos honestamente por qué seguimos haciendo ciertas cosas y por qué queremos que se sigan haciendo.
En la medida que podamos contestar a esto podremos sustentar actos de sentido que se sostengan firmes.

Con esto llegamos al final de este artículo y tengo un par de anuncios parroquiales que hacer antes de despedirnos.
Como parte de un proyecto especial se estarán habilitando grupos de reflexión en línea para trabajar sobre este tema particular: “El sentido de ir a la escuela”, un grupo para padres y madres y otro para jóvenes que estén cursando esta etapa.
Iniciaremos a trabajar a partir de la segunda semana de noviembre (2022) y la inscripción a estos dos grupos, no tendrá costo, por esta ocasión, se trabajarán 5 sesiones y otras más dependiendo de los resultados obtenidos.
El grupo para padres y madres está dirigido para aquellas personas que están teniendo dificultades para que sus hijos no abandonen la educación. El propósito del grupo es evaluar las situaciones que atraviesan sus familias y construir grupalmente las estrategias que les ayuden a resolver la problemática.
El grupo para jóvenes es para que tengan la oportunidad de reflexionar sobre el sentido de estar aquí, en esta etapa, y que de igual manera, de manera grupal, se pueda pensar y trabajar en el propósito de cada etapa que van atravesando, buscando generar una intención genuina.
Si esto te interesa manda un mensaje en el formulario que dejo al final de este artículo. Cada grupo tiene un cupo para 6 personas así que si te interesa no tardes mucho.
Si te gustó este artículo no olvides compartir, de verdad que me ayudas mucho a mí y a la persona que podría sacar provecho de la información, nos leemos la siguiente semana!
Grupo de reflexión
Como parte de una dinámica especial estamos habilitando dos grupos de reflexión (uno para padres y madres, otro para jóvenes) donde trabajaremos el tema «El sentido de ir a a escuela».
El propósito es reflexionar y construir en grupo el conocimiento y las estrategias que permitan tanto a padres como jóvenes abordar un propósito y una intención genuinas alrededor de su educación y de su plan de vida.
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